Pablo Picasso trazó la primera pincelada en la tela que habría de convertirse en el Guernica un día como ayer, el 11 de mayo de 1937. Lo hizo por el compromiso que había adquirido con la República española, sin intuir que lo que creaba era no sólo un ícono político, sino también la pintura que encarna las sangrientas luchas del siglo XX. Desde entonces han transcurrido 75 años, pero el cuadro sigue conmocionando al gran público y dejando impresiones imborrables en la memoria de quienes lo han visto, primero en el Museo de Arte Moderno de Nueva York; a partir de 1981 en el Casón del Buen Retiro, en Madrid; y desde 1992, en el Museo Reina Sofía de la capital española.
El pintor Oswaldo Vigas recuerda vívidamente su primer cara a cara con el lienzo. "Fue en 1952, en el MOMA. La primera vez que miré el Guernica me hice una foto sentado al lado de él. No había mucha gente, todavía no era tan famoso; uno podía acercarse y tocarlo si quería. Claro que me entusiasmó. Es el cuadro más importante no sólo del siglo XX, sino de la civilización occidental.
El cuadro estuvo muchos años dando vueltas por el mundo. "Itineró por diferentes ciudades con el fin de recolectar dinero para la República. Cuando yo lo vi ya había terminado la guerra y tenía residencia temporal en Nueva York. Años después lo volví a ver cuando lo llevaron al Museo de Arte Moderno de París.
Ya era más conocido. Después no lo he visto más", indica Vigas.
Picasso hizo el Guernica en un estudio ubicado en el ático del Nº 7 de la Rue des Grandes Augustins, en París, muy cerca de la residencia de su amante, la fotógrafa Dora Maar. Con su cámara, ella documentó el proceso de creación de la obra, que duró cerca de un mes, entre mayo y junio de 1937.
El tema que el artista escogió fue el bombardeo de la población vasca de Guernica que en la actualidad reclama la custodia del cuadro ocurrido el 26 de abril de 1937, a manos de la Luftwaffe y de la aviación italiana. Fue el primer ataque masivo con bombas dirigido a civiles en Europa. La pintura fue parte del Pabellón español en la Exposición Internacional de París de ese año.
Su aproximación a los hechos no fue literal ni narrativa, sino simbólica. Es una obra cubista, completamente blanca y negra (con sus respectivos grises), alimentada de referencias universales que van desde obras renacentistas, como La piedad, hasta Goya.
El artista cedió el Guernica en custodia al MOMA en los años cuarenta, pues no quería que la obra estuviera en España durante la dictadura franquista. La pintura fue devuelta a Madrid en 1981. Para Vigas, fue un gesto notable.
"El Guernica fue un encargo de la República. Cuando estaba Franco en el poder Picasso declaró que no lo dejaría volver a España hasta que hubiera democracia en el país, pero luego el MOMA no lo quería entregar. Estuvo mucho tiempo en discusión, hasta que por fin se impuso la voluntad del artista. Era un cuadro comprado por la República española, que le había pagado a Picasso.
Él nunca hizo nada gratis, aunque fuera a la República. Lo cobró y por eso lo reclamaban como propiedad de España".
Se dice que Picasso recibió dos pagos por el Guernica. El primero de 50.000 francos y el segundo de 150.000 francos, cantidades destinadas a cubrir los gastos de la obra, que se suponía era una donación.
Entre custodios y alarmas. Vigas no ha tenido la oportunidad de ver la obra cumbre de Picasso en España, su casa desde hace 31 años. Allí se mostró por primera vez en el Casón del Buen Retiro, custodiado por la Guardia Civil y protegido por un vidrio. A fin de cuentas, en Nueva York había sido objeto de un atentado en 1974, cuando el artista iraní Tony Shafrazi le hizo un grafiti con consignas antibélicas en protesta por la invasión de Estados Unidos a Vietnam.
Hace exactamente 20 años que el Guernica llegó al Museo Reina Sofía. Allí lo admiró por primera vez el escritor Rodrigo Blanco Calderón, en 2009.
El autor señala que cuando visita museos sabe de antemano qué cuadros quiere ver. "Trato de ubicar las obras que me interesan y no doy tantas vueltas.
Al Museo Reina Sofía fui exclusivamente a ver el Guernica. Le pregunté a una guía y me dio una indicación vaga, así que sin querer tuve que recorrer buena parte del museo. En algún punto giré a la derecha y vi el cuadro, pero no porque me hubiera encaminado hacia él, sino porque era inmenso. (La tela mide 3,50 x 7,80 metros). Quien no lo ha visto en la pared no se imagina lo grande que es, uno que viene de verlo en reproducciones e imanes de la neverita. La sensación de tenerlo enfrente fue impresionante. No soy muy dado a la plástica pero sentí escalofríos, se me aguaron los ojos. Fue una experiencia extraordinaria que no he tenido con ningún otro cuadro".
La impresión que causa la pieza, a juicio de Blanco Calderón, va más allá de lo estético. "Creo que es asombrosa por la historia de la obra, lo que representa y como ya dije, sus dimensiones. El gran formato acentúa en efecto el dramatismo del episodio en el que está basado. También es sorprendente la potente alarma que suena cuando alguien cruza la línea que marca la separación del espectador con el cuadro. Esa es la manera como uno recuerda que está en un museo lleno de turistas, que no está a solas con el Guernica".
En el inconsciente colectivo. Diego Rísquez lo vio en España, pero sentía que ya lo conocía muy bien. "Ese cuadro tiene la particularidad de estar en la memoria, en el inconsciente colectivo, uno lo conoce antes de verlo".
El gastrónomo y escritor Alberto Soria coincide con Rísquez en que se trata de una obra muy conocida, pero que por más que alguien se prepare para enfrentarse a ella es inevitable que se sienta desarmado ante la tela. "Es enorme.
Impresiona, conmueve. Por más que uno haya leído sobre él, pararse frente al Guernica es cosa que se recuerda toda la vida. Más que el simbolismo de las figuras, los tres colores de la pintura producen una sensación sobrecogedora sobre la guerra y la muerte. Vi el cuadro tarde, 56 años después de haber sido pintado.
Me acompañaba el fotógrafo Nelson Garrido. Salimos del Museo Reina Sofía en silencio.
`Comamos y bebamos Picasso’, propuse. Fuimos al cercano Julián de Tolosa. Pedimos un Pajarete, de la Sierra de Málaga. `Pero eso es un vino dulce’, advirtió el maitre. `Traiga dos rondas, que la primera es por Picasso’, respondió Garrido".
Obra sonora. El actor Luigi Sciamanna ha tenido la oportunidad de ver la pintura de Picasso en dos ocasiones. Indica que la primera vez fue muy distinta a la segunda. Su primer encuentro fue en el Reina Sofía, hace alrededor de 20 años (los mismos que lleva el cuadro en ese museo). "En esa ocasión tuve la sensación de no haber respirado por largo rato. La segunda vez fue hace 4 años. Es un cuadro que se puede escuchar, y no trato de hacer una frase. De verdad se puede escuchar. Lo ves y lo oyes, hay gritos. No es sólo una obra pictórica; es sonora, aunque no musical. Es realmente impresionante".
Al director de orquesta Alfredo Rugeles también le impresionó. Lo vio en 2003 en Madrid y dice que pudo sentir la guerra en los trazos. "Lo que representa el Guernica es muy fuerte, uno se queda admirado por el trabajo de Picasso y lo que significa, esa opresión a la gente, es muy efectivo e impactante. No me atrevería a decir que se escuchan los gritos, como músico no escuché nada, pero si uno va más allá quizás haya algo de eso. Es posible, pero no lo percibí fuera de lo pictórico."
El pintor Oswaldo Vigas recuerda vívidamente su primer cara a cara con el lienzo. "Fue en 1952, en el MOMA. La primera vez que miré el Guernica me hice una foto sentado al lado de él. No había mucha gente, todavía no era tan famoso; uno podía acercarse y tocarlo si quería. Claro que me entusiasmó. Es el cuadro más importante no sólo del siglo XX, sino de la civilización occidental.
El cuadro estuvo muchos años dando vueltas por el mundo. "Itineró por diferentes ciudades con el fin de recolectar dinero para la República. Cuando yo lo vi ya había terminado la guerra y tenía residencia temporal en Nueva York. Años después lo volví a ver cuando lo llevaron al Museo de Arte Moderno de París.
Ya era más conocido. Después no lo he visto más", indica Vigas.
Picasso hizo el Guernica en un estudio ubicado en el ático del Nº 7 de la Rue des Grandes Augustins, en París, muy cerca de la residencia de su amante, la fotógrafa Dora Maar. Con su cámara, ella documentó el proceso de creación de la obra, que duró cerca de un mes, entre mayo y junio de 1937.
El tema que el artista escogió fue el bombardeo de la población vasca de Guernica que en la actualidad reclama la custodia del cuadro ocurrido el 26 de abril de 1937, a manos de la Luftwaffe y de la aviación italiana. Fue el primer ataque masivo con bombas dirigido a civiles en Europa. La pintura fue parte del Pabellón español en la Exposición Internacional de París de ese año.
Su aproximación a los hechos no fue literal ni narrativa, sino simbólica. Es una obra cubista, completamente blanca y negra (con sus respectivos grises), alimentada de referencias universales que van desde obras renacentistas, como La piedad, hasta Goya.
El artista cedió el Guernica en custodia al MOMA en los años cuarenta, pues no quería que la obra estuviera en España durante la dictadura franquista. La pintura fue devuelta a Madrid en 1981. Para Vigas, fue un gesto notable.
"El Guernica fue un encargo de la República. Cuando estaba Franco en el poder Picasso declaró que no lo dejaría volver a España hasta que hubiera democracia en el país, pero luego el MOMA no lo quería entregar. Estuvo mucho tiempo en discusión, hasta que por fin se impuso la voluntad del artista. Era un cuadro comprado por la República española, que le había pagado a Picasso.
Él nunca hizo nada gratis, aunque fuera a la República. Lo cobró y por eso lo reclamaban como propiedad de España".
Se dice que Picasso recibió dos pagos por el Guernica. El primero de 50.000 francos y el segundo de 150.000 francos, cantidades destinadas a cubrir los gastos de la obra, que se suponía era una donación.
Entre custodios y alarmas. Vigas no ha tenido la oportunidad de ver la obra cumbre de Picasso en España, su casa desde hace 31 años. Allí se mostró por primera vez en el Casón del Buen Retiro, custodiado por la Guardia Civil y protegido por un vidrio. A fin de cuentas, en Nueva York había sido objeto de un atentado en 1974, cuando el artista iraní Tony Shafrazi le hizo un grafiti con consignas antibélicas en protesta por la invasión de Estados Unidos a Vietnam.
Hace exactamente 20 años que el Guernica llegó al Museo Reina Sofía. Allí lo admiró por primera vez el escritor Rodrigo Blanco Calderón, en 2009.
El autor señala que cuando visita museos sabe de antemano qué cuadros quiere ver. "Trato de ubicar las obras que me interesan y no doy tantas vueltas.
Al Museo Reina Sofía fui exclusivamente a ver el Guernica. Le pregunté a una guía y me dio una indicación vaga, así que sin querer tuve que recorrer buena parte del museo. En algún punto giré a la derecha y vi el cuadro, pero no porque me hubiera encaminado hacia él, sino porque era inmenso. (La tela mide 3,50 x 7,80 metros). Quien no lo ha visto en la pared no se imagina lo grande que es, uno que viene de verlo en reproducciones e imanes de la neverita. La sensación de tenerlo enfrente fue impresionante. No soy muy dado a la plástica pero sentí escalofríos, se me aguaron los ojos. Fue una experiencia extraordinaria que no he tenido con ningún otro cuadro".
La impresión que causa la pieza, a juicio de Blanco Calderón, va más allá de lo estético. "Creo que es asombrosa por la historia de la obra, lo que representa y como ya dije, sus dimensiones. El gran formato acentúa en efecto el dramatismo del episodio en el que está basado. También es sorprendente la potente alarma que suena cuando alguien cruza la línea que marca la separación del espectador con el cuadro. Esa es la manera como uno recuerda que está en un museo lleno de turistas, que no está a solas con el Guernica".
En el inconsciente colectivo. Diego Rísquez lo vio en España, pero sentía que ya lo conocía muy bien. "Ese cuadro tiene la particularidad de estar en la memoria, en el inconsciente colectivo, uno lo conoce antes de verlo".
El gastrónomo y escritor Alberto Soria coincide con Rísquez en que se trata de una obra muy conocida, pero que por más que alguien se prepare para enfrentarse a ella es inevitable que se sienta desarmado ante la tela. "Es enorme.
Impresiona, conmueve. Por más que uno haya leído sobre él, pararse frente al Guernica es cosa que se recuerda toda la vida. Más que el simbolismo de las figuras, los tres colores de la pintura producen una sensación sobrecogedora sobre la guerra y la muerte. Vi el cuadro tarde, 56 años después de haber sido pintado.
Me acompañaba el fotógrafo Nelson Garrido. Salimos del Museo Reina Sofía en silencio.
`Comamos y bebamos Picasso’, propuse. Fuimos al cercano Julián de Tolosa. Pedimos un Pajarete, de la Sierra de Málaga. `Pero eso es un vino dulce’, advirtió el maitre. `Traiga dos rondas, que la primera es por Picasso’, respondió Garrido".
Obra sonora. El actor Luigi Sciamanna ha tenido la oportunidad de ver la pintura de Picasso en dos ocasiones. Indica que la primera vez fue muy distinta a la segunda. Su primer encuentro fue en el Reina Sofía, hace alrededor de 20 años (los mismos que lleva el cuadro en ese museo). "En esa ocasión tuve la sensación de no haber respirado por largo rato. La segunda vez fue hace 4 años. Es un cuadro que se puede escuchar, y no trato de hacer una frase. De verdad se puede escuchar. Lo ves y lo oyes, hay gritos. No es sólo una obra pictórica; es sonora, aunque no musical. Es realmente impresionante".
Al director de orquesta Alfredo Rugeles también le impresionó. Lo vio en 2003 en Madrid y dice que pudo sentir la guerra en los trazos. "Lo que representa el Guernica es muy fuerte, uno se queda admirado por el trabajo de Picasso y lo que significa, esa opresión a la gente, es muy efectivo e impactante. No me atrevería a decir que se escuchan los gritos, como músico no escuché nada, pero si uno va más allá quizás haya algo de eso. Es posible, pero no lo percibí fuera de lo pictórico."
Fuente:El Nacional.
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