¿Tienes miedo a volar? Descubre las causas más frecuentes de los accidentes
aéreos
La habilidad del piloto es el mejor remedio para combatir posibles accidentes
Los aviones comerciales de pasajeros se enfrentan a tormentas, nieblas,
vientos de cizalla, cenizas de volcán, lluvias intensas y otros fenómenos
atmosféricos que dejan a los pasajeros con el corazón en un puño. Para evitar
los riesgos a toda costa, los pilotos reciben una amplia formación, además de
contar todos los datos disponibles y con tecnologías cada vez más avanzadas. Sin
embargo, ante un posible riesgo, la experiencia del piloto sigue siendo la mayor
garantía de seguridad.
Las tormentas que tocan tierra pueden ser incluso más intensas en el cielo,
donde cada día miles de aviones dibujan kilométricas líneas de rutas. La
tecnología ha permitido que los propios aviones identifiquen las zonas
inestables con los radares, ayudados por servicios meteorológicos cada vez más
precisos, pero algunos eventos se cuelan en el plan de vuelo.
Si el aparato se adentra en una nube tipo cumulonimbo ?símbolo de tormenta y
mal tiempo? las turbulencias pueden llegar a comprometer la manejabilidad del
avión. En función de la cantidad de agua o de granizo en el interior de la
tormenta, el avión puede sufrir daños estructurales, desde abolladuras múltiples
hasta grietas en los cristales de la cabina.
"En última instancia, si la nube contiene mucha agua puede provocar fallo
del motor y una pérdida inicial del avión", señala a SINC Iván Gutiérrez,
director general Técnico del Colegio Oficial de Pilotos de la Aviación Comercial
(COPAC).
Ningún piloto consciente de la presencia de esta nube se adentraría en ella
"por mucho que se recorte la ruta, y que le aligeren y le hagan consumir menos
combustible", apunta. Además, ante situaciones extremas, los pilotos, con una
alta formación en meteorología aeronáutica, son capaces de recuperar en
vuelo cualquier pérdida de control. En teoría.
Hay excepciones: el caso de Air France
A la mente viene el accidente del Airbus 330-200 de Air France que se
estrelló en el océano Atlántico en su ruta de Río de Janeiro (Brasil) a París
(Francia) el 1 de junio de 2009. El avión atravesó la línea de tormenta en la
zona de convergencia intertropical, unas de las zonas que más se calientan
de la Tierra.
En latitudes templadas, como España, una tormenta normal puede alcanzar hasta
los seis u ocho kilómetros de altitud. En el ecuador, el desarrollo vertical
puede llegar hasta los 18 kilómetros, y los aviones no superan los 11 o 12
kilómetros de altitud en ruta.
"Si un avión vuela por el ecuador y se encuentra con una tormenta cuyo tope
está por encima de los niveles más altos a los que puede volar, no le va a
quedar más remedio que esquivarla", explica José Miguel Viñas, meteorólogo
responsable del portal Divulgameteo.es. El vuelo AF 447 no la evitó y ni el
aparato ni ninguno de sus 228 ocupantes llegaron a destino.
Para Viñas, "hubo un exceso de confianza". Los pilotos están
acostumbrados a cruzar de un hemisferio a otro y conocen cómo se distribuyen
estas tormentas en el entorno del ecuador. Algunas veces, a pesar de haber
localizado los lugares de tormentas en el plan de ruta para evitarlas, en pleno
vuelo surgen algunas donde no estaban previstas. "Sobre la marcha tienen que
decidir cómo desviarse con respecto a la ruta establecida", indica Viñas.
Ese fue el caso del piloto de un Airbus 340 de Iberia, que volaba detrás
del avión accidentado, que no vio clara la situación y "se desvió mucho hacia el
norte de la ruta respecto a la que siguió el avión de Air France", informa a
SINC Álvaro Gammicchia, experto en seguridad aérea y portavoz del departamento
técnico del Sindicato Español de Pilotos de Líneas Aéreas (SEPLA).
El avión de la compañía española gastó más combustible, pero el piloto evitó
una tormenta que, según se demostró en el informe del suceso, "influyó y fue un
factor adicional en el hecho de que el avión de Air France se encontraba en unas
condiciones fuera de la certificación", subraya Gammicchia.
Sin embargo, pese a la mediática y sonada catástrofe, de los 13.609
accidentes aéreos que se han producido desde 1921, solo 475 tienen causa
meteorológica, según el Aviation
Safety Network, un servicio de la Fundación Flight Safety, una
organización internacional, independiente y sin ánimo de lucro con sede en EE
UU. Y las tormentas, a pesar de su fama, no son las principales
responsables.
El hielo, enemigo de los aviones
El fenómeno que más accidentes aéreos provoca es el engelamiento, la
acumulación de hielo en la superficie del avión desde las alas, los motores de
reacción, hasta los sensores de vuelo y el fuselaje. Desde 1943 el hielo ha
provocado 165 accidentes.
El del 2 de abril de 2012, de la compañía UTAir, que provocó 33 víctimas
mortales, se produjo poco después del despegue en el aeropuerto de Tyumen
(Rusia) cuando el avión, después de haber estado ocho horas aparcado bajo la
nieve, no fue sometido a las medidas de deshielo oportunas.
Si antes del despegue en el aeropuerto el avión tiene hielo, se limpia y se
aplica una placa que lo protege. "Las condiciones aerodinámicas se modifican con
el hielo. Incluso en el control en el suelo, si hay nieve o hielo en las
ranuras se puede perder el control del avión", alerta Gammicchia.
Ya en vuelo, cuando el avión alcanza los 10.000 metros y la temperatura
desciende vertiginosamente, "si el hielo se acumula en poco tiempo, puede
ocasionar problemas ?advierte Viñas? ya que suma peso y altera la performance
del avión".
"Para evitar el engelamiento los pilotos pueden subir o bajar de altitud
hasta una zona más favorable", afirma el meteorólogo. Los aviones también
pueden llevar sistemas antihielo, como una resistencia eléctrica que se
activa de forma automática cuando se detecta la formación del hielo.
El mayor número de heridos en aviación está causado por las turbulencias en
aire claro. Se sitúan cerca de las corrientes en chorro que alcanzan hasta los
300 km/h y que los aviones aprovechan para optimizar el viaje y ahorrar
combustible.
"Esta turbulencia es muy severa y difícil o a veces imposible de prevenir,
por lo que a los pasajeros les suele sorprender con los cinturones de seguridad
desabrochados", dice el experto de SEPLA. La mayoría de los heridos se
golpea la cabeza en el techo del avión.
Aterrizar y despegar, esa es la cuestión
Los dos momentos más críticos de cada vuelo son el despegue y el aterrizaje
y, si están acompañados de algún evento atmosférico, los planes pueden cambiar.
Así ocurrió el pasado 26 de julio de 2012 cuando una tormenta eléctrica en el
aeropuerto de Madrid-Barajas obligó a los aviones a desviarse y aterrizar en
Valencia. Tres aviones de la compañía Ryanair no llevaban suficiente combustible
y solicitaron el aterrizaje de emergencia.
Antes de cada vuelo, en la fase de planificación, un 'despachador' calcula la
cantidad de combustible que hay que llevar y la elección del aeropuerto
alternativo en caso de no poder aterrizar en el previsto. En el aeropuerto
madrileño, "los pilotos reciben cada media hora la observación
meteorológica", informa Darío Cano, jefe de la Oficina Meteorológica
Aeronáutica (OMA) de Madrid-Barajas.
A pesar del alto grado de precisión de los mapas de pronóstico que se
entregan a los pilotos, ciertos fenómenos son impredecibles. "Es el caso de
las nieblas", señala Cano. La baja visibilidad ha causado en la historia de
la aviación civil 107 accidentes en todo el mundo. Aunque ya muchos aviones
tienen sistemas automáticos que les permiten aterrizar sin apenas visibilidad,
los pilotos necesitan unas referencias visuales mínimas para poder controlar
el avión en la última fase del aterrizaje. "Con nieblas inferiores a 500
metros, la operación se complica mucho", informa Gammichia.
A esto se añade la cizalladura vertical cuando hay vientos cruzados intensos
a poca altura cerca de las pistas, y que puede hacer abortar una operación
cuando los sensores que se encuentran a ras del suelo comprueban que se han
superado ciertos límites. "El avión puede ladearse muy fuerte y bruscamente y
poner en peligro el pasaje", indica Viñas.
Para los pilotos, viento y baja visibilidad son las peores condiciones
para aterrizar. "Normalmente si hay mucho viento no hay baja visibilidad,
pero en la orografía española hay aeropuertos donde las dos circunstancias se
dan al mismo tiempo", explica Gutiérrez, del COPAC. El aeropuerto de Tenerife
Norte Los Rodeos y todos los de la cordillera Cantábrica son susceptibles de
tener estos dos fenómenos a la vez.
Mayor tecnología, mayor seguridad
Al enfrentarse a todos estos fenómenos ?a los que se suman las cenizas de
volcán, las lluvias intensas, las tormentas eléctricas, las tormentas de arena,
y las turbulencias en viento cruzado, entre otros?, los pilotos necesitan toda
la información a su alcance. En España cuentan con la Oficina Meteorológica
Aeronáutica (OMA) de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET).
"También distribuimos toda la información de pronóstico dirigido a la
aeronáutica procedente de AEMET: mapas aeronáuticos, avisos de aeródromo,
predicciones especiales dirigidas al aeropuerto, etc.", informa el jefe de OMA
en Madrid-Barajas. Antes de despegar, los pilotos acceden directamente on line a
la información que necesitan a través del Autoservicio Meteorológico Aeronaútico
(AMA).
En vuelo, el radar meteorológico ayuda a detectar la nubosidad y la
intensidad de la cantidad de agua que contiene la nube. Este sistema ha
supuesto el mayor avance en los aviones, "no solo por su avance tecnológico sino
también por su implementación y modo de presentación, al integrar la información
de otras fuentes y los datos de la trayectoria", apunta a SINC Francisco Javier
Sáez Nieto, catedrático de Navegación y Circulación Aérea de la ETSI
Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM).
La tecnología para detectar eventos meteorológicos ha avanzado desde los
satélites hasta los radares Doppler en tierra que dan con exactitud la magnitud
y la posición de fenómenos atmosféricos como la nubosidad, los tornados o
los huracanes. A los radares se unen los sistemas embarcados de detección y
previsión de cizalladura, que también "han supuesto una importante mejora",
observa Sáez Nieto.
En la actualidad se trabaja para desarrollar sistemas embarcados de
vigilancia, capaces de detectar turbulencias y de mejorar la integración de la
información meteorológica en la aviónica. Sin embargo, es "la habilidad del
piloto para volar o frustrar una aproximación lo que determina el éxito de una
operación", zanja Eduardo Sánchez Ayra, capitán de A-320 y profesor del
Grado en Gestión y Operaciones de Transporte Aéreo de la UPM.
Los expertos coinciden en que la experiencia de un piloto es
insustituible. "Las personas que no conocen la operación de vuelo dan mucho
valor a los sistemas, pero el hombre sigue siendo el baluarte fundamental en
la seguridad", recalca Sánchez Ayra. La razón es simple: los sistemas "no
piensan", "no ven lo que se les viene encima" y "no pueden imaginar lo que puede
ocurrir", manifiesta el piloto.
Antiguamente, la mayoría de los vuelos nocturnos que no contaban con radar se
hacían bajo la luna llena para evitar las nubes; ahora, para que un avión se
adentre en una tormenta tienen que encadenarse muchos fallos simultáneos,
incluso pilotando a ciegas. El avión es el medio de transporte más seguro,
pero, como señala José Miguel Viñas, "sin la información meteorológica en los
vuelos, pasaría a ser el más peligroso del mundo".
Fuente:El Economista
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