Por qué cuando te rascas ya no puedes parar
Te levantas por la mañana con una sensación dolorosa en el brazo. Te miras y descubres una gran protuberancia en forma de grano. Un mosquito (en este caso mosquita) se ha puesto las botas con tu sangre esta noche. Y entonces te rascas. Intentas no hacerlo demasiado fuerte, pero a medida que lo haces parece que el picor aumenta en intensidad, con una sensación entre dolorosa y placentera. El rascado lleva a más picor y, claro, como te pica más, te rascas más fuerte. Resultado: sin darte cuenta has terminado arrancando un trozo de piel y el grano está sangrando.
Este pequeño drama cotidiano, aparentemente trivial, ha sido uno de los grandes misterios del sistema nervioso hasta hace unos días. Digo "ha sido" porque el equipo de Zhou-Feng Chen, del Centro de Estudios del Picor de la Universidad de Washington acaba de descubrir la respuesta de este círculo vicioso de picor, dolor y placer. Su trabajo, publicado en la prestigiosa revista Neuron, es el fruto de varios años de investigación con ratones y la respuesta está en la forma en que nuestro cerebro activa determinadas señales químicas cuando se produce el picor.
"El problema está en que cuando el cerebro recibe las señales de dolor, responde produciendo un neurotransmisor, la serotonina, para controlar ese dolor", asegura Chen. El proceso de forma simplificada, funciona así: cuando te rascas produces una pequeña sensación de dolor, ese dolor manda una señal a la espina dorsal y al cerebro, que segrega serotonina para calmarlo y la serotonina, curiosamente, provoca más picor. Y ya está el círculo de dolor-alivio activado
Fuente:Yahoo.Com
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